El prolongado periodo de sufrimiento y enfermedad de Padre Pío no fue solo una prueba física, sino también un camino espiritual que lo preparó para la gran misión que Dios había reservado para él. Sus experiencias de lucha contra el demonio, acompañadas de fenómenos místicos y su capacidad para transformar el dolor en un acto de amor, consagraron a Padre Pío como uno de los grandes santos de nuestro tiempo.
Padre Pío y su enfermedad misteriosa: un recorrido de sufrimiento y fe
En 1909 comenzó la oscura y prolongada enfermedad de Padre Pío, que lo obligó a trasladarse entre diferentes conventos en busca de un entorno que pudiera favorecer su salud. Sin embargo, cada intento de reintegrarlo a la vida comunitaria resultó infructuoso, ya que su estado físico, de manera inexplicable, continuaba empeorando. Durante siete años, Padre Pío permaneció lejos de los conventos, viviendo en su casa en Pietrelcina, una situación que contrastaba con los ideales franciscanos de vida en comunidad y que generó malestar en algunos frailes. Ante esta situación, el Superior General del Orden solicitó a la Sagrada Congregación de Religiosos excluir a Padre Pío del Orden. Sin embargo, la solicitud fue rechazada, y en su lugar, se le permitió permanecer fuera del convento hasta que recuperara su salud. Este periodo de siete años de sufrimiento, envuelto en misterio, no solo fue un camino de purificación, sino también una preparación espiritual para la misión que el Señor le tenía encomendada. Durante estas pruebas, Padre Pío aprendió a seguir el calvario de Cristo, tomando a Jesús como su Maestro y Modelo. A pesar de las dificultades, el “Buen Maestro” no permitió que nadie más asumiera la misión que le había confiado.
El misterio de la enfermedad de Padre Pío
Las enfermedades que aquejaron a Padre Pío desafiaban las explicaciones médicas de la época. Sus síntomas eran impredecibles y se manifestaban con fiebres tan altas que llegaban a superar los 48°–48,5°C, al punto de que se necesitaban termómetros de baño para medirlas. Durante este periodo, cuanto más se acercaba a Jesús, más intensos eran los ataques diabólicos que sufría. No obstante, su fe inquebrantable y su amor por el Señor crecían con cada día que pasaba. En Pietrelcina, las actividades sacerdotales de Padre Pío incluyeron oraciones, celebraciones religiosas, estudios teológicos, catequesis para niños y encuentros con familias. La lucha espiritual contra el demonio fue particularmente intensa en esta etapa, pero estuvo acompañada de éxtasis místicos y fenómenos extraordinarios que involucraban tanto su cuerpo como su espíritu. El demonio se le aparecía bajo diversas formas: a veces como animales, otras veces como mujeres que bailaban danzas impuras, o incluso como verdugos que lo flagelaban. Después de cada ataque, Padre Pío era consolado por éxtasis espirituales en los que recibía la visita de Jesús, la Virgen María, su Ángel de la Guarda, San Francisco y otros santos. El 12 de agosto de 1912, experimentó por primera vez lo que describió como la “llaga del amor”. En una carta dirigida a su director espiritual, explicó este evento extraordinario: “Estaba en la iglesia haciendo mi acción de gracias después de la Santa Misa, cuando de repente sentí que mi corazón fue herido por un dardo de fuego ardiente, y pensé que iba a morir.”
Regreso a la vida comunitaria y servicio espiritual
Tras varios años de sufrimiento en Pietrelcina, en 1916 Padre Pío se trasladó a Foggia, atendiendo la llamada de sus superiores para prestar servicio espiritual en la comunidad religiosa de Santa Ana. A pesar del traslado y de reanudar la vida en comunidad, su amor por Pietrelcina permaneció intacto. En numerosas cartas, expresó su profundo afecto por su pueblo natal, afirmando: “Pietrelcina será preservada como la pupila de mis ojos.” Sus combates contra el demonio, acompañados de fenómenos místicos, y su capacidad de convertir el sufrimiento en un acto de amor, lo consagraron como uno de los grandes santos de nuestra era. La vida de Padre Pío es un ejemplo extraordinario de cómo el dolor, cuando se ofrece con fe, puede convertirse en un instrumento poderoso de salvación para los demás.