La infancia y la formación de Francesco Forgione, conocido como San Pío de Pietrelcina, estuvieron profundamente marcadas por la sencillez de su familia y el entorno rural de Pietrelcina. Desde temprana edad, se vislumbraron en él los signos de una fe excepcional y de una vida dedicada a la espiritualidad.
La infancia de Padre Pío: una historia de fe y devoción
Francesco Forgione, conocido como San Pío de Pietrelcina, nació el 25 de mayo de 1887, a las 17:00, en el seno de una familia humilde y profundamente devota. Sus padres, Orazio Forgione y Maria Giuseppa De Nunzio, ambos agricultores, confiaron de inmediato la protección de su hijo recién nacido a San Francisco de Asís, motivo por el cual le dieron el nombre de Francesco. Aunque vivían en la zona más pobre de Pietrelcina, como recordaría años después el propio Padre Pío, nunca les faltó lo esencial: su verdadera riqueza era la fe. En una época en la que se valoraba lo básico, Francesco se sentía afortunado de tener lo mínimo necesario para vivir. Desde niño, mostró una sensibilidad única y una espiritualidad excepcional. Pasó su infancia como muchos otros niños de su pueblo, ayudando a sus padres en las tareas diarias. Cuando fue considerado lo suficientemente mayor, se le encargó cuidar dos ovejas junto a otros pastorcitos. Sin embargo, su actitud siempre lo distinguió del resto. Un compañero de juegos cuenta: “Nuestras madres nos daban una rebanada de pan para el desayuno y, si había algo más, un poco de acompañamiento. Nosotros lo guardábamos en los bolsillos de nuestras chaquetas. Francesco, en cambio, llevaba todo en un pañuelo limpio que su madre le preparaba. Sentado en el suelo, abría cuidadosamente las puntas del pañuelo, miraba a su alrededor y hacia el cielo, y solo entonces empezaba a comer tranquilamente. Si se le caía una miga, la recogía, la besaba y se la comía, como señal de respeto al pan, porque es ‘gracia de Dios’.” Después de su modesto desayuno, mientras los otros niños jugaban en los prados, Francesco sacaba su pañuelo, colocaba un libro sobre él y se ponía a estudiar. Este comportamiento reflejaba no solo su disciplina, sino también su profunda conciencia espiritual.
Padre Pío: una espiritualidad precoz y profunda
Desde pequeño, Padre Pío mostraba una devoción extraordinaria. Pasaba largas horas en la iglesia, quedándose incluso después de la misa para orar en silencio frente al Santísimo Sacramento. Había acordado con el sacristán poder acceder al templo incluso cuando estaba cerrado. La iglesia de Santa Ana se convirtió en su segundo hogar: allí fue bautizado, recibió la primera comunión y la confirmación. A la edad de cinco años, tuvo una visión del Sagrado Corazón de Jesús. En esa aparición, el Señor posó su mano sobre la cabeza del pequeño y prometió a San Francisco que Francesco sería un fiel servidor suyo. Este momento marcó el destino espiritual de Padre Pío, quien desde niño se ofreció como víctima por el bienestar de la humanidad. Ese año dejó una huella profunda en su vida, pues también comenzó a experimentar visiones de la Santísima Virgen María, que lo acompañarían a lo largo de su existencia. Además, desarrolló un vínculo especial con su ángel de la guarda, con quien mantuvo una comunicación constante y que se convirtió en un apoyo esencial en su misión divina.
La educación de Padre Pío: un estudiante aplicado
Francesco era un estudiante aplicado y motivado. Su padre, Grazio, relata: “Un día vi a mi hijo cuidando las ovejas y pensé: por un puñado de ovejas, este muchacho está perdiendo la oportunidad de estudiar. Le pregunté: ‘Francì, ¿quieres ir a la escuela? Si aprendes y no haces como tu hermano, tata te hará monje.’” Francesco aceptó con entusiasmo y prometió esforzarse al máximo. Así, mamma Peppa y Zì Grazio tomaron la decisión de enviarlo a la escuela, a pesar de que los ingresos modestos de la familia no eran suficientes para cubrir los gastos. Para financiar la educación de Francesco, Grazio emigró a América, buscando un empleo que le permitiera sustentar los estudios de su hijo. En un principio, Francesco recibió clases de un sacerdote que había dejado los hábitos, pero esta opción no fue la adecuada. Ante esta situación, Peppa escribió a su esposo para explicarle la necesidad de un mejor maestro, y Grazio aceptó buscar a alguien más capacitado. Fue entonces cuando Angelo Caccavo asumió la tarea de guiar la formación educativa de Francesco. Bajo la dirección del nuevo maestro, Francesco avanzó rápidamente gracias a su dedicación y esfuerzo. No solo destacó por su aprovechamiento académico, sino también por el fervor religioso que caracterizaba cada aspecto de su vida. Este compromiso con sus estudios y su fe marcó una etapa fundamental en su camino hacia la vida religiosa. Asistía diariamente a misa, visitaba el Santísimo Sacramento por las noches y veneraba a la Virgen de la Libera. Su diligencia también era evidente en sus estudios religiosos: al sonar la campana, siempre estaba listo con su librito de doctrina cristiana y participaba en la procesión de los catequistas hacia la iglesia para la hora de catequesis.
Una infancia iluminada por la fe
La infancia y los primeros años de formación de Francesco Forgione estuvieron marcados por una fe inquebrantable y una madurez espiritual sorprendente para su edad. Cada aspecto de su vida, desde los humildes desayunos hasta los momentos de estudio y oración, reflejaba una sensibilidad única hacia lo sagrado. Este profundo vínculo con lo divino cimentó las bases de su extraordinaria vocación, que llevaría luz y esperanza a innumerables almas.