El 5 de agosto de 1918, Padre Pío experimentó una de las vivencias más extraordinarias de su vida mística: la transverberación, un acontecimiento que dejó una huella profunda en su cuerpo y espíritu. Este fenómeno, por gracia de Dios, lo unió de manera especial a la Pasión de Cristo, permitiéndole participar en el misterio de la cruz y en el amor redentor de Jesús. Su sufrimiento, entendido como un don divino para colaborar con el plan redentor de Dios, se convirtió en un signo visible de su misión por la salvación de la humanidad.
Padre Pío: El Don Místico de la Transverberación
La transverberación de Padre Pío constituye uno de los eventos más extraordinarios y sublimes de su unión con Cristo crucificado. Este fenómeno, vivido el 5 de agosto de 1918, marcó no solo el cuerpo, sino sobre todo el alma del fraile, convirtiéndose en un testimonio radiante y tangible del misterio de la cruz y del amor salvador de Cristo hacia la humanidad pecadora. Mientras confesaba a unos jóvenes frailes, Padre Pío fue golpeado por un dolor repentino y abrumador, inexplicable desde una perspectiva meramente humana. En una carta dirigida a su guía espiritual, el Padre Agostino, narró lo sucedido: “Mientras confesaba a algunos frailes, fui alcanzado por un dolor tan grande que sentí como si una lanza de fuego atravesara mi corazón. Este dolor invadió toda mi alma y me dejó sin palabras.”
Padre Pío: Una Llaga de Amor y Redención
Al principio, Padre Pío interpretó este sufrimiento como una corrección divina, reflejo de su profunda humildad y del temor reverente de una alma pequeña ante el misterio de Dios. Abrumado por la confusión y el sentimiento de su propia indignidad, buscó guía en sus directores espirituales, los Padres Benedetto y Agostino, para discernir el significado oculto de esta experiencia. En una carta al Padre Benedetto confesó sus más profundos temores: “No entiendo por qué el Señor me ha elegido para esta experiencia tan dolorosa. Me siento indigno y perdido.” Las palabras de sus guías espirituales fueron como un bálsamo para su alma herida. El Padre Benedetto, con tono paternal, lo tranquilizó al explicarle que ese dolor no era un castigo, sino una gracia santificadora, un regalo otorgado por Dios: “Hijo mío, lo que has experimentado es una gracia única. El Señor te ha elegido para reflejar Su amor y sufrimiento. Acepta este llamado con humildad y gratitud.” De manera similar, el Padre Agostino, con sabiduría y caridad, lo alentó a entender ese dolor como una misión de amor redentor: “Tu transverberación es una manifestación del amor divino. Ofrece este sufrimiento por la salvación de las almas, así como Cristo ofreció Su dolor por el mundo entero.” Guiado por la sabiduría de sus directores espirituales, Padre Pío llegó a comprender que la transverberación era una “herida de amor puro,” un don extraordinario que lo invitaba a participar, como alma entregada en unión al sacrificio redentor de Cristo, en la Pasión de Cristo para la salvación de los pecadores. Este acontecimiento dejó una marca imperceptible para los ojos humanos, pero plenamente visible para los ojos de Dios. En una carta posterior, expresó el estado de su alma con estas palabras: “Una espada de fuego atravesó mi corazón de lado a lado. El dolor era indescriptible, pero venía acompañado de una dulzura que no puedo explicar.”
La Transverberación: Sello del Amor Crucificado
Un momento de intensidad espiritual inefable fue la transverberación, cuando el corazón de Padre Pío fue traspasado por el fuego de un amor divino tan profundo que lo hizo participar de manera única en los sufrimientos redentores de Cristo. Esta herida mística e interior, que él consideraba más grande que las llagas visibles de sus estigmas, simbolizaba una unión espiritual y esponsal con el Redentor. En un momento de reflexión profunda, confió: “Antes de los clavos en mis manos y pies, mi alma ya estaba crucificada.” La transverberación de Padre Pío se manifestó durante el sacrificio espiritual de la confesión, un espacio sagrado donde la misericordia divina sana y salva a los pecadores. Para él, este momento, tan especial, se convirtió en una ofrenda constante, una unión viva y dolorosa con el sacrificio del Cristo crucificado, a través del cual participaba en la redención de las almas al ofrecer su propio sufrimiento. Esta experiencia mística no fue únicamente un evento personal, sino un símbolo universal del misterio de la cruz, un llamado al camino de la santidad y al poder redentor del sufrimiento acogido en unión con Cristo. A través de la transverberación, Padre Pío se convirtió en un ícono viviente del amor redentor de Dios, llevando consuelo a los corazones afligidos y esperanza a los pecadores, invitando a cada alma a fijar su mirada en el Crucificado.